DAZA    EL MAESTRO

Leí una vez una nota muy bella y extraña en un suplemento dominical, en la que un crítico literario advertía que Gabriel García Márquez no existía en la vida real.
El columnista, quien se me perdió de la memoria fatalmente, decía que estuvo tras el Nobel en más de una oportunidad, en más de un coctel y en más de cinco ciudades importantes capitales de varios países, pretendiendo hacerle una entrevista para descubrir el cómo había encontrado ese “Realismo Mágico” que le atribuyen como suyo y siempre se topaba con la fatídica respuesta de que el tal Gabo, no había podido llegar, por razones inmisericordemente explicables (?). II Cuenta una leyenda, china para más señas, que un día un pintor, hizo un paisaje tan perfecto, que a la hora de pararse frente a él para contemplarlo, acompañado de una suave brisa que llegaba a su estudio por la ventana y del canto de unos pájaros que merodeaban su estudio, experimentó tal realidad, que se sintió parte del mismo y adentrándose en él, se perdió en la majestuosidad del ambiente pintado. III Gracias a la industria editorial, a la internet, a las publicaciones periódicas que inundan las tiendas donde se compran los periódicos que nos ayudan a tener idea de lo que acontece en este planeta, uno conoce (?) lo que los grandes hombres que pueblan la tierra y se destacan, perturbando para bien, nuestra memoria y nuestra manera de percibir el mundo.
Gracias a ello, un día conocí al artista Álvaro Daza, un hombre que por lo que hace, no parece corresponder a la época que nos ha tocado vivir.
Independiente de lo que tiene que ver con su experiencia habitacional en esta Colombia que condena gratuitamente la belleza a desaparecer, por culpa de la vanidad y el egoísmo barato de los envidiosos, el maestro Álvaro Daza ha demostrado que lo suyo es único, original e irrepetible. Tal y como me han llegado sus obras, en forma intermitente, esporádica, casi subrepticia, milagrosa, de a poquito, así ha crecido mi admiración por lo suyo, pues lo suyo, llega a nuestra retina cada vez, en forma aumentativa.
Es decir, cada que observamos una nueva obra del Maestro, independiente de que la haya hecho antes o después de la que miramos días atrás, es más sublime, más impactante, más bella, más impresionante.
Es muy probable que los coleccionistas de arte se interesen en saber algo sobre la vida de este o aquel artista, sobre todo si el que ha motivado su predilección o apetencia, ha irrumpido en el mercado con algo nuevo, pero las biografías pasan a ocupar un segundo plano, cuando lo que el artista hace es más poderoso que la teoría que inspira la tal razón de ser de las cosas, pues el afecto, el gusto, las preferencias y la sensibilidad, están por encima muchas veces de la mezquindad de la lógica. IV El Maestro Álvaro Daza no es como los demás. El Maestro Álvaro Daza es diferente. El maestro Daza es limpio, puro, claro, sublime, perfecto, creador de mundos nuevos y propietario de una sensibilidad demasiado original, hasta el punto de provocar la envidia de quienes lo admiran, algo que no es común en todos los artistas que viven del arte de la pintura. Cómplices suyos son los blancos de la tela y hasta los poros de la misma, pues le respetan el paso rápido del pincel untado de color en esas curvas que describe cuando al compás de esa música que le acompaña cuando pinta, dibuja una hoja que no es una hoja o una nube que no es un pétalo del cielo, pero que el espectador consume, aprecia, lee, ve y respeta como tales.
Sus paisajes son esa naturaleza que hasta el mismo Dios quisiera haber hecho antes que él y sus pinturas abstractas, son tan sublimes y originales, que hasta se da el lujo de hacerlas con la mano que no ha educado jamás para hacer lo importante, pero que se vuelven con frecuencia, pretexto de inspiración para los otros artistas que en este país no estudian para crear. V Daza a veces, extraña los olores de la trementina y la linaza y se inclina a expresar lenguajes más íntimos con el uso del acrílico.
Pero independiente de que sea un material u otro, Daza es mágico, sabe cuando va a enfrentar una tela, inmensa o mediana, con qué lo va a hacer y el resultado es y será siempre, una bellísima obra de arte, esa que viajará a un sitio inesperado, pero que alumbrará por siempre y para siempre, ese entorno que la albergará, para bien del arte, la cultura y ante todo, la tranquilidad del espíritu de quien se ha hecho dueño de ella. VI Por las obras se conocen a los hombres y más fácil a los grandes. Por ello creo ser hasta amigo de Don Álvaro Daza. VII No me gustaría perderme en la inmensidad de uno de sus paisajes, pues me gustaría tener el tiempo suficiente, para poder disfrutarlos todos.
¡Qué envidia sentimos de aquellos que tienen en sus paredes más de una de sus magníficas obras allí colgadas!